A la búsqueda del Barroco español perdido
Hasta hace pocos años la música española del barroco era completamente desconocida y se consideraba de escaso interés. No obstante, los estudiosos llevan ya un tiempo desvelando las maravillas de la producción musical en la España (y en los territorios de ultramar) de ese turbulento siglo XVII.
El investigador de la Universidad Complutense de Madrid Gerardo Arriaga, cuya línea de trabajo está centrada precisamente en la música antigua de nuestro país, establece como premisa, antes de abordar el tema, el definir qué se entiende por Barroco español.
En Europa el Barroco se inicia en Italia a finales del siglo XVI a partir de la puesta en práctica de un cambio deliberado de lenguaje musical, que progresivamente se extiende al resto de países. Pero en España la influencia procedente de Italia no se adopta hasta finales del siglo XVII y principios del XVIII, es decir, cuando el Barroco está plena madurez.
A partir de aquí, Arriaga propone el ejercicio de destacar qué elementos en España, a falta de la adopción de modelos venidos de fuera, establecen una diferencia clara entre la música que se hacía en el siglo XVII y la perteneciente al inmediatamente anterior.
Existe un factor clave para explicar la caída en el olvido del acervo musical de este periodo. Mientras que el el siglo XVI existe una importante imprenta musical en España (aunque no tan potente como la de otros países europeos) que garantiza la difusión y supervivencia del repertorio, a partir de 1600 la actividad se frena casi en seco, pasando la difusión al formato del manuscrito. Ésta se convierte en lenta y penosa y reduce el conocimiento de las piezas musicales a una minoría, a diferencia de la imprenta que abarata la copia y contribuye a popularizar la música.
De esta manera, se puede dar la situación de que solamente conocemos la punta del iceberg de toda la producción musical española de la época, quedando la mayor parte oculta en legajos casi únicos, durmiendo su sueño de siglos en bibliotecas y archivos, o habiéndose perdido para siempre.
La tesis que defiende Gerardo Arriaga es que el Barroco no es el periodo de decadencia de la música renacentista, como a veces es concebido. Al igual que en el caso de la literatura y de las artes plásticas, en música se trata de una era que brilla con una luz y un esplendor propios que rivalizan con la precedente.
Y aún sin importar las formas procedentes de Europa, la música barroca española desarrolla sus propios rasgos, a menudo en consonancia con lo que establecen aquellas.
La primera de las características que establecen una separación entre el Barroco y el Renacimiento español es la aparición de la monodia acompañada, uno de los elementos clave de la música del siglo XVII frente a la polifonía contrapuntística del periodo anterior.
Hacia finales del XVI la vihuela va perdiendo relevancia; el último gran libro de cifra es El Parnaso de Esteban Daza del 1576. En el siglo naciente cobrará relevancia un instrumento de origen español, la guitarra, que lleva asociada una técnica de rasgueado completamente opuesta al punteo usado en la vihuela. De esta forma, la guitarra se toca con acordes ajenos a la marcha polifónica de las distintas voces característica del tañer de la vihuela, y es ideal para la realización del, tan característico del barroco, bajo continuo.
Pero este fenómeno no sólo implica a la guitarra; igualmente otros instrumentos, como el arpa española de dos órdenes, se utilizaban para acompañar el canto. Se trata del concepto barroco de poner la música al servicio del texto y no al revés como en el Renacimiento.
Otro rasgo importante del Barroco musical español es la emergencia del villancico como forma para la exaltación religiosa. Este factor está relacionado con la decadencia de la música vocal sacra latina después de Tomás de Victoria. El XVII trae consigo un género religioso en romance, el villancico, cuyo nombre se remonta a finales de la Baja Edad Media para designar a una forma musical y métrica fija de canción profana. El villancico a partir del Barroco hace referencia a aquellas composiciones religiosas en lengua vulgar que se cantaban en las grandes celebraciones de la Iglesia, como por ejemplo el Corpus o la Navidad.
En el terreno de la música vocal profana, a lo largo del siglo XVII las viejas formas, -como los sonetos, octavas o décimas-, van siendo paulatinamente sustituidas por formatos renovados, como el romance nuevo, la letrilla o letra para cantar, y la seguidilla. Son todos modelo preexistentes que han pasado por un proceso de actualización por parte de la escuela poética encabezada por Lope de Vega y secundada por nombres como Góngora, Liñán de Riaza o Luis Carrillo.
En general la música vocal barroca española establece una dependencia del texto, adaptándose a las innovaciones rítmicas que se están produciendo en la poesía del siglo XVII.
Finalmente, refiere Arriaga que el final del siglo XVI supone el fin del cuarteto vocal clásico que es sustituido por tres voces, soprano, contralto y barítono, en el que las voces se mueven más cercanas que en el modelo anterior.
Por tanto, podemos concluir que sí que existe una música barroca española de gran valor, cuyas piezas aún estamos empezando a conocer.
El artículo es de Gerardo Arriaga…