Los primeros libros de música para órgano del Renacimiento español
Los referentes de la música española para tecla se manifiestan muy tarde, en comparación con otras naciones europeas.
De acuerdo con el fraile agustino y experto musicólogo y organista Samuel Rubio Calzón, los dos grandes hitos en este campo son la publicación de la obra Libro de cifra nueva para tecla, arpa y vihuela, de Venegas de Henestrosa en 1557 en Alcalá de Henares, y la edición de las obras de Antonio de Cabezón Obras de música para tecla, arpa y vihuela, que edita su hijo Hernando en el año 1578 en Madrid.
De acuerdo con la información que nos aporta Rubio, nuestras naciones vecinas ya tenían un acervo para música de tecla desde mucho antes y menciona varios ejemplos.
Nos habla, por ejemplo, de Alemania, en donde aparece ya en 1425 el manuscrito de Breslau, que es seguido por los de Berlín, Munich e Ileborg; en Italia, por su parte, encontramos las ediciones de Andrea Antico desde 1517 y en Francia las de Attaingnant desde 1531.
¿Por qué no hay más registros anteriores de música de tecla en España? No es falta de interés, puesto que la música para órgano está bien presente en las catedrales a través de testimonios indirectos, tanto a través de la enseñanza de la técnica de ejecución en las escuelas de estos templos, como por la noticia que nos llega de grandes figuras “tañedoras” del instrumento.
Por otro lado, y no menos importante, los archivos de los cabildos guardan numerosas entradas relacionadas con la construcción, las reparaciones y el mantenimiento de estos imponentes instrumentos.
Es decir, que los instrumentos de tecla y en concreto órganos, jugaban un papel importante en el panorama musical del Renacimiento español.
Probablemente, la falta de información sobre música organística sea debida a la “desidia” o “la poca de suerte”, concluye Samuel Rubio, si bien la presencia de Cabezón y Venegas confirman la existencia de una cumbre europea en este género, que sin duda no constituyen casos aislados sin precedentes.
No obstante, existen otras dos importantes figuras de la música para tecla que publican sus libros en España hacia mediados del siglo XVI: fray Tomás de Santamaría en Valladolid y el ecijano fray Juan Bermudo.
El primero dominico y el segundo franciscano, estos dos frailes escribieron libros de música de tecla con un marcado carácter didáctico, pero que por su calidad han pasado al repertorio para órgano español.
Juan Bermudo publica en Osuna su Declaración de instrumentos musicales, el primer libro en 1549 y los cuatro que forman el conjunto en 1555.
En 1565 aparece en Valladolid Arte de tañer fantasía, así para tecla como para vihuela de Santamaría.
Sobre este último título, comenta Samuel Rubio que era común en el Renacimiento, a diferencia de lo que ocurre hoy en día, escribir obras que pudiesen ser interpretadas indistintamente por cualquier instrumento polifónico, capaz de reproducir varios sonidos a la vez, como el teclado, la vihuela o el arpa, o como escribe el propio Tomás de Santamaría: “todo instrumento en que se pudiere tañer a tres, y a cuatro voces, y a más”
Resulta curiosa la defensa de la música como forma de alabar a Dios que realiza fray Tomás y que nos recuerda la página web de los Dominicos, en donde la propia orden reconoce que la “forma breve y sucinta” de su rezo coral puede haber impedido el florecimiento de la música.
Pero para Tomás de Santamaría tocar música sacra en el órgano era una forma igualmente válida de alabar al Señor:
“Cumplo con el instituto de mi Orden en tañer órganos, como mis prelados me lo mandan…No me tengo por extraño, ni por ajeno al instituto.
No solamente se quiere servir a Dios en ella (la Orden) con la predicación del evangelio, mas en loarle, bendecirle y predicarle, para lo cual no es poco bueno y acertado medio la música, así de voces humanas como de otros instrumentos sonoros.”
Juan Bermudo también realiza una defensa de la música en el libro primera de su Declaración de instrumentos musicales:
“El intento del author de este Libro primero fue, que vista y sabida la utilidad, delyte, y honestidad de la música, y la obligación que los eclesiásticos tenemos de saberlas a los afficionados a ella, afficionasse más y a los indevotos conbidasse ala deprender”.
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