Rodrigo Rodríguez y el Arioso de Bach: el shakuhachi en la música antigua

Rodrigo Rodríguez y el Arioso de Bach: el shakuhachi en la música antigua

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En el vasto universo de la música antigua, donde el refinamiento del contrapunto y la riqueza armónica alcanzaron cimas inigualables, la irrupción de instrumentos no occidentales abre nuevas dimensiones de expresividad. Rodrigo Rodríguez, virtuoso del shakuhachi, ha emprendido un diálogo singular con este repertorio, destacándose especialmente en su interpretación del Arioso (BWV 156) de Johann Sebastian Bach.

Esta pieza, conocida por su delicada melancolía y su línea melódica de una belleza trascendental, encuentra en el shakuhachi un nuevo vínculo expresivo. La respiración orgánica y el fraseo libre de la flauta japonesa realzan la profundidad emocional del Arioso, llevándolo a una dimensión casi meditativa. Rodríguez, discípulo de Kohachiro Miyata, no solo respeta la esencia del original barroco, sino que lo reinterpreta desde una perspectiva en la que el silencio y la resonancia juegan un papel tan crucial como la propia melodía.

Su adaptación de esta obra no es un mero ejercicio de transcripción; es una relectura profunda que desafía las convenciones de la música histórica. En diálogo con un clavecín inspirado en el modelo de Iohannes Rückers de 1624, la interpretación de Rodríguez evidencia una sensibilidad compartida entre el shakuhachi y la práctica musical de la época: la libertad del rubato, la expresividad del sonido y la importancia del gesto interpretativo.

En un mundo donde la interpretación de la música antigua a menudo se ve constreñida por criterios historicistas rigurosos, la propuesta de Rodríguez abre una vía alternativa: aquella en la que la fidelidad no se mide exclusivamente en términos de instrumentos originales, sino en la capacidad de capturar la esencia espiritual de la obra. Su versión del Arioso nos recuerda que la música antigua, más que un vestigio del pasado, es un arte vivo, en perpetuo diálogo con el presente.

Rodrigo Rodríguez nos invita, pues, a escuchar a Bach con oídos renovados, a descubrir en cada fraseo el eco de una sensibilidad universal y a aceptar que, en el fondo, la música es un lenguaje que trasciende el tiempo y la geografía.

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