Sobre los antiguos instrumentos de batalla
La música siempre ha estado unida al ámbito militar.
Los sones marciales insuflan ardor guerrero a las tropas que van a entrar en combate y también contribuyen a impresionar e intimidar al enemigo formado enfrente, en el campo de batalla.
En el plano operativo, los toques de trompeta, clarín o corneta, eran utilizados para transmitir órdenes en medio del fragor del combate.
Por otra parte, en los desfiles y paradas militares las marchas e himnos interpretados refuerzan la solemnidad del acto y, tocando las emociones, generan en los presentes un sentimiento de identidad colectiva y, en última instancia, de patriotismo.
Las bandas militares actuales suelen comprender numerosos instrumentos, pero ya las tropas de la España imperial hacían uso de instrumentos en los distintos aspectos de la vida castrense.
Algo de música para amenizar la lectura.
El musicólogo Francisco Barbieri estudió en el siglo XIX este campo y escribió sobre ello.
Barbieri es, entre muchas cosas, considerado el padre de la zarzuela moderna y un investigador de la identidad musical española.
Fue comisionado por la reina María Cristina para estudiar cómo se regulaba en distintos países europeos la música militar.
De ese esfuerzo, salió el texto Las músicas militares, donde cuenta cómo se hacía uso de la música en los ejércitos españoles en los siglos XVI y XVII.
Sin pretender de ninguna forma realizar una exposición exhaustiva sobre el tema, se pueden extraer de su escrito un puñado de datos curiosos.
Por ejemplo, nos habla del pífano, un instrumento nuevo a principios del siglo XVI entre las tropas españolas, que no era de origen árabe, como otros que se utilizaban.
Parece ser que llega a la península desde Europa a través de los soldados suizos que habían servido en la Guerra de Granada y que en ese momento pertenecían a las tropas que el Gran Capitán comandaba en Italia.
Se trata de una flauta corta que se toca atravesada, que se llamaba originalmente Schweizerpfeife o Feldfeife, palabras cuya traducción es pito.
El pífano o pífaro fue utilizado por la infantería española hasta que en tiempos más modernos desapareció casi por completo, de forma que solamente lo mantenía el Cuerpo de Alabarderos.
Comenta Francisco Barbieri que “A mediados del siglo XVII cada tercio español se componía de tres mil hombres, repartidos en doce compañías con dos atambores y un pífano cada una, lo cual daba un total de veinticuatro atambores y doce pífanos”.
Atambor no es otra cosa que la denominación arcaica del tambor.
Parece ser que viene del persa tabir.
El jefe de la banda de músicos era conocido como tambor mayor y se trataba de una plaza que exigía numerosos conocimientos, incluido el hablar idiomas, de manera que concluye Barbieri que era casi “un diplomático o enlace entre ejércitos contrarios”.
Durante el siglo XVI, se utilizaban los tambores y pífanos en la infantería española y las trompetas y los timbales para la caballería.
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Sin embargo, las ordenanzas de 1525 suprimen los timbales, entendemos que dado su volumen y consecuente incomodidad para el jinete que entra en batalla.
No obstante, su uso se mantiene en tiempos de paz y, de acuerdo con el texto de Francisco Barbieri, el propio Felipe II mantenía en su Real Caballeriza diez trompetas y seis timbaleros.
Los toques de guerra quedaba a cargo de la trompeta, donde hay que distinguir entre la trompeta italiana y la trompeta española o bastarda.
La trompeta propiamente de batalla era la italiana, mientras que la española, que podía producir muchos sonidos intermedios de los armónicos naturales, estaba dedicada a fines más artísticos (Felipe Pedrell, Diccionario técnico de la música, 1897).
La denominación de bastarda que tenía la trompeta española la explica Covarrubias en su obra Tesoro de la lengua castellana.
En sus palabras, es la que media entre la trompeta, de sonido fuerte y grave, y el clarín, que lo tiene delicado y agudo.
Aunque, como afirma Miguel Querol (La música en la obra de Cervantes, 2005), los clarines no eran más que trompetas tocadas en el registro agudo.
A menudo se combinaba el toque de las dos, como demuestra el Romance del conde Claros:
“Las trompetas y bastardas
comenzaron a sonar
un triste son dolorido
que a todos hace llorar”
Al igual que en el caso de los tambores, existía la figura del trompeta mayor de caballería, que tenía características parecidas al antes mencionado tambor mayor de infantería.
Los pifaros y atambores (o caxas de pelea, como se conocieron en su origen en España) fueron inventados por los suizos en el siglo XV. Los suizos introducen estos instrumentos en la guerra de Granada, pues vienen como mercenarios en 1483.
Tras leer tratados militares entre 1465 (Roberto Valturio) y 1639 (Antonio Gallo) y rastrear en cronistas de esos hechos, y lanzarme a la búsqueda de esculturas y pinturas de ese final del siglo XV y principios del XVI, es lo que la investigación me ha mostrado. Además, he descubierto un toque, al menos, de la Infantería española del XVI.
Quien quiera más información, estoy preparando un libro ya redactado y donde se encuentran todas las pruebas de mi argumentación, redactadas de forma cronológica. La conclusión, en la Edad Media no existía el atambor o caxa, tal y como lo entendemos, esto es, un membranófono o caja cilíndrica redoblante con dos parches (haz y embés , como dice Sebastián de Covarrubias) que se ejecuta redoblando en su haz superior con dos palillos o baquetas.
Desde Hellín (Albacete) ciudad del tambor, cuya tamborada es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Antonio del Carmen López Martí