Breve aproximación a la danza barroca española
Resulta muy variada la lista de danzas que se ejecutaban en el siglo XVII, tanto en los ambientes cortesanos como entre el pueblo llano, puesto que algunas de estas formas de baile tenían el mismo éxito en los salones que en las calles.
El musicólogo Rafael Mitjana identifica en las obras de escritores como Cervantes y Quevedo nombres tales como Pavana, Gallarda, Danza de Hacha, Chacona, Rugero, Sarabanda, Paradeta, Españoleta, Folía, Jácara, Torneo, Galería de amor, Mariona, Gayta, Matachines, Turdión, Baca, Pasacalle, Zarambeque, Villano y Canario. No es poco repertorio para el estudioso…
De algunas solamente nos ha llegado poco más que el nombre, mientras que otras consiguieron superar su función asociada al ocio y el divertimento para convertirse en formas musicales sinfónicas, que en ocasiones fueron exportadas de España a otros países europeos, como se el caso de la zarabanda.
Una de las figuras más conocidas y más celebradas es la chacona que se supone que llegó a la península ibérica desde los territorios americanos de ultramar.
Miguel de Cervantes parece avalar esta tesis en la novela ejemplar La ilustre fregona, cuando uno de sus personajes canta una chacona definiendo la danza como “esta indiana amulatada” . También da cuenta el escritor del carácter alegre y desenfadado de este baile:
“Bulle la risa en el pecho
de quien baila y de quien toca,
del que mira y del que escucha
baile y música sonora.”
Por el nombre bien pudiera ser que procediese de la región de Argentina de los Indios del Chaco, pero también hay quien deriva la palabra chacona del vasco.
La primera referencia literaria a este baile aparece en el Entremés del Platillo de Simón Aguado, una pieza compuesta en 1599 expresamente para las bodas de Felipe III.
La chacona era bailada por varias parejas de bailarines y bailarinas y fue popular durante todo el siglo XVII hasta ser destronada por las seguidillas y los fandangos.
Los estudios sobre la música española de la época identifican dos tipos de chacona: la popular, bullanguera y picaresca, a menudo compuesta de textos obscenos, y otra por oposición más seria y meramente instrumental que comparte con la anterior el llevar el bajo obstinado.
La forma más moderada de chacona atravesó los Pirineos y alcanzó notoriedad en las cortes francesas de Luis XIV y Luis XV y luego en el resto de Europa, de forma que encontramos versiones famosas de esta danza en las obras de Lully (en Roland), Purcell (en Diocletian y The Fairy Queen) o Couperin (Recordat est Jerusalem y La Favorite).
La folía es otra de las danzas características del periodo en nuestro país, que tuvo igualmente proyección internacional hasta el punto de conocerse fuera como Folías de España (Folie d’Espagne).
Algunos expertos sitúan su origen en Portugal como una danza ruidosa.
En 1674 el canónigo Bernardo Aldrete en su diccionario de la lengua castellana confirma ambos extremos: “es una cierta danza Portuguesa de mucho ruido”, en la que intervienen “muchas figuras a pie con sonajas y otros instrumentos”, y continúa “es tan grande el ruido y el son tan apresurado que parecen estar los unos y los otros fuera de juicio”. De esta forma, concluye el clérigo que el nombre procede del vocablo toscano “folle”, que significa loco, sin seso.
No obstante parece ser que la folía conoció una evolución hacia una forma más sosegada y elevada, pues Rafael Mitjana la describe como un danza noble ejecutada por un solo bailarín.
De hecho, la folía española tiene una tradición en la música instrumental desde el siglo XVI en las piezas para vihuela de Enrique de Valderrábano y Alonso Mudarra o en las de órgano de Antonio Cabezón.
Volviendo al tema de las danzas relativamente obscenas como la chacona, aparte de figuras de un éxito más efímero como el escarraman, el zarambeque y el zorongo, hay que subrayar la importancia de la zarabanda.
La bailaban exclusivamente mujeres -en origen troteras o danzarinas judías y moriscas- y se consideraba entre la población bienpensante un instrumento de perdición para el hombre.
Muy apreciada por el pueblo llano, llegó a ser prohibida por el Consejo de Castilla por motivos morales.
Al igual que la folía, la zarabanda tuvo una versión noble que fue exportada por Europa y cuenta Mitjana que hasta el cardenal de Richelieu la bailó acompañándose de castañuelas para intentar conseguir los favores de Ana de Austria.
Otra forma de baile característica de la época es el pasacalle, cuya génesis sitúa Rafael de Mitjana en nuestro país, pero al que Miguel Querol plantea un posible origen italiano.
En principio fue una marcha para ser interpretada y cantada paseando tocándola con una guitarra en bandolera; como en casos anteriores, al pasar a Francia adquirió un carácter más grave y formal de danza cortesana y más adelante pasó a formar parte de la música sinfónica.
Procedente de Poitou, el minueto llega a España en torno a 1650 y es adaptado por los músicos de nuestro país de forma que se desarrollan piezas de tres y cuatro partes que en algunos casos llevan un ritmo contrario al que se emplea normalmente y sin equivalente en otros países.
Llegará a convertirse en una figura relevante de la música instrumental del siglo XVIII.
Resulta curioso, para terminar este sucinto catálogo de bailes, como gran parte de estas danzas de origen bajo y chabacano llegan a convertirse en géneros más elevados y abstractos, primero en elementos de base de la música instrumental española (como los que componen el tratado de guitarra de Gaspar Sanz, por ejemplo), y más adelante, en formatos para la música sinfónica europea que serán utilizados por grandes de la talla de Handel, Lully o Purcell.
Muchas de estas danzas dan origen a nuestro folklore bailable, ya que coincide con la época de colonización española. A la corona le interesaba que sus colonias estuvieran al día con el desarrollo cultural de la corte, sobre todo en lo que respecta a la música .