Lo que le debemos a Monteverdi
Seguro que se os ocurren ejemplos en los que no sea el autor de una idea, sino la persona que la lleva a su máximo potencial conocido, quien se lleva el gato al agua de la gloria.
Así ocurrió con la ópera y Monteverdi, al que consideramos su primer gran compositor, en lugar de a Peri o a Caccini.
Vivió entre 1567 y 1643 (celebramos 450 años de su nacimiento) y fue el compositor más imaginativo e innovador de su tiempo; a él le debemos piezas vocales y dramáticas, incluidas obras sacras y madrigales, en las que la música se adecúa con perfección al texto.
Desarrolló una gran inventiva al crear técnicas expresivas y combinar estilos y géneros, también reproduciendo sentimientos y caracteres musicalmente.
Nacido en Cremona, se formó al calor de su catedral y pronto demostró ser un prodigio componiendo, tan pronto que a los dieciséis publicó dos volúmenes de música sacra, a los diecisiete una colección de canzonettas y, con apenas veinte, otra de madrigales.
En 1590, cuando ya era un consumado intérprete de viola, entró al servicio del entonces duque de Mantua, Vincenzo Gonzaga, que le contrató como maestro de música de la capilla ducal.
Ese fue el lugar de su crecimiento artístico y personal: dos años después contrajo matrimonio con la cantante de la corte Claudia Cattaneo.
Sus cinco primeros madrigales, publicados entre 1587 y 1605, muestran, además de su dominio del género, su evolución desde el estilo tardorrenacentista de sus inicios a un nuevo lenguaje más expresivo, marcado por disonancias no preparadas, melodías declamadas y ornamentos que ahora se marcan en la partitura (antes se improvisaban).
Fueron los Gonzaga quienes le encargaron sus primeras óperas: Orfeo (1607) y L’Arianna (1608).
De esta última solo se conserva un fragmento, el Lamento.
Llevó a la ópera, en los dos casos, su experiencia como compositor de madrigales: los suyos eran célebres por la expresiva musicalización del texto. Utilizó además, en ellas, un grupo más amplio de instrumentos que los manejados hasta entonces: flautas, trompetas, trombones, cuerdas, arpa doble… incluso un realejo evocador del averno en Orfeo.
En esa ópera, el compositor siguió a Peri al utilizar distintas clases de monodia.
Su prólogo es un aria estrófica con ritornello para la que escribió enteramente cada estrofa, modificando la melodía y duración de cada armonía para reflejar la acentuación y el significado del texto (según el procedimiento llamado variación estrófica).
Ese mismo procedimiento lo utilizó en la pieza central, el aria de Orfeo del acto III, Possente spirto, donde incluyó en la partitura publicada una ornamentación florida en las cuatro primeras estrofas.
Su recitativo se desplaza de lo narrativo a la plena cantabilidad.
Además de la monodia, Monteverdi incluyó numerosos dúos y danzas, también madrigales y ballettos: un abanico de estilos en contraste para reflejar los diversos estados de ánimo del drama.
Los ritornelos y coros contribuyen a organizar las escenas en esquemas de una formalidad casi ceremoniosa.
Ya en Cremona demostró ser un prodigio componiendo: a los dieciséis publicó dos volúmenes de música sacra.
Entre los estrenos de Orfeo y L´Arianna, su esposa falleció, quedando Monteverdi al cuidado de tres hijos pequeños.
Sufrió una crisis nerviosa y posteriormente se quejaría al duque, con amargura, de haber sido maltratado.
Se le compensó con un generoso aumento de sueldo y una pensión anual, en 1609. Le funcionó llorar, pero no le bastó con ese premio.
Es posible que sus Vísperas de la Virgen María y una misa de imitación sobre un motete de Gombert, publicadas juntas en 1610, se concibiesen como propaganda personal, dada su insatisfacción en Mantua y su búsqueda de nuevos trabajos.
Manifestó en ellas su conocimiento de una extensa gama de estilos, desde el contrapunto severo a la exhibición vocal más moderna.
El sucesor de Vincenzo Gonzaga despidió a Monteverdi en 1612, y al año siguiente el músico ya trabajaba como maestro en la capilla de san Marcos veneciana, el puesto musical de mayor prestigio entonces en Italia.
Allí permaneció hasta su muerte, y allí escribió un enorme volumen de música sacra, para la capilla y para las confraternidades de la ciudad.
En 1632 tomó los votos sacerdotales.
En toda su carrera, mantuvo sin embargo Monteverdi una gran fascinación por el madrigal: publicó unos 250, en nueve libros y durante más de cincuenta años.
De hecho, contribuyó a transformar el género desde las ingeniosas canciones polifónicas a cappella del Renacimiento tardío hasta las exploraciones vehementes del recurso del concertato.
Puso al día su lenguaje con disonancias no preparadas y de potente emocionalidad y con melodías declamadas.
Sus óperas El regreso de Ulises (1640) y La coronación de Popea (1643), que escribió con más de setenta años, mezclan estilos para retratar a los personajes y sus emociones.
Cuando murió, a los setenta y seis, fue alabado por su poesía y su música y la difusión de su obra fue grande a través de las partituras publicadas y de los músicos más jóvenes sobre quienes ejerció influencia.
fuente masdearte.com
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