El barroco musical en su máxima expresión
«Urbán de Vargas (Urbano Barguilla y de Ripalda), (Falces, Navarra, 1606 – Valencia, 1656) está considerado por la extensión y calidad de su obra, uno de los compositores más importantes del barroco español.
Todavía permanecen en la agitada biografía de Urbán de Vargas ciertas lagunas que no acaban de aclararse.
Sabemos que fue un alumno aventajado de Luis Bernardo Jalón, maestro de capilla de la catedral de Burgos.
También que, tras progresar de manera satisfactoria y rápida, obtuvo el magisterio de la catedral de Huesca; allí es donde se conservan sus primeras obras publicadas.
Al de Huesca le seguirían otros traslados a Pamplona, Calatayud, Daroca, Burgo de Osma -como organista-, Zaragoza, Burgos, de nuevo Zaragoza y finalmente Valencia, donde falleció en 1656.
Los motivos de tal movilidad serían laborales en unos casos, pero en otros los pleitos con sus superiores propiciaron el cese en su puesto, e incluso el encarcelamiento, ya fuese por una deuda contraída y no pagada o por un problema con unos infantes.
Sea como fuere, el magisterio de Vargas quedó demostrado allá donde fue, siendo el falcesino un hombre inteligente y de fácil adaptación a los diversos requerimientos.
Esto último se aprecia tanto en su obra sacra como en la de carácter profano.
En la primera destaca su manejo de la policoralidad, no en vano Vargas llegó a ser el compositor hispano que a más voces compuso (llegando a dieciséis).
Con todo, es en sus villancicos donde Vargas emplea todo su ingenio, en una mezcla de recogimiento, costumbrismo, y altas dosis de un humor rayano en lo intolerable si tenemos en cuenta el tema a que se hace referencia». – (Urko Sangroniz).
«A falta de un estudio crítico adecuado, todavía hoy sabemos poco acerca de la vida del compositor y maestro de capilla Urbán de Vargas, nacido en Falces (Navarra), donde fue bautizado el 31 de mayo de 1606.
Incluso la forma de anotar su apellido evolucionó con el paso del tiempo, pasando desde su forma original, “de la Barguilla”, a “Barguillas”, “Bargas”, y finalmente, “Vargas”.
Las referencias más tempranas sobre su vida y obra han venido siendo frecuentemente distorsionadas, de modo que los datos biográficos aportados han pasado de unos autores a otros –a menudo sin ser contrastados–, ofreciendo como resultado el hecho de que todavía resulta difícil obtener una visión clara de lo que pudo haber sido su trayectoria vital y compositiva.
De él dieron ya alguna noticia trabajos de estudiosos como Hilarión Eslava, Mariano Soriano Fuertes, François Joseph Fétis, Antonio Lozano, Francisco Asenjo Barbieri, Baltasar Saldoni, Felipe Pedrell, Rafael Mitjana, Andrés Aráiz, Higinio Anglés…
El tercero de cinco hermanos, sus padres le pusieron en 1626, contractualmente, en Pamplona, en manos del entonces maestro de capilla de la catedral de Burgos, Luis Bernardo Jalón, para que este enseñara música y canto al joven Urbán “hasta que esté en estado que pueda ejercer la facultad de maestro de capilla en tiempo de dos años primeros venientes de la data de esta escritura”.
A cambio, el músico navarro se comprometía a pagar al maestro Jalón cien ducados.
Pero, hábil en el trabajo, un año antes de finalizar su contrato, Vargas obtuvo ya el magisterio de la catedral de Huesca, donde permanecería desde el 1 de abril de 1627 hasta el 2 de agosto de 1629.
Pero ni el joven músico ni sus padres satisficieron la deuda contraída con el maestro Jalón (seguramente en un tiempo en el que forzosamente Vargas habría tenido que residir en Burgos), la cual se iba a arrastrar durante algunos años.
Las primeras obras conservadas de su producción, iniciada en 1627, se hallan en la seo oscense.
En mayo de 1629, tenemos noticia ya que el joven maestro había ganado la oposición al magisterio de la catedral de Pamplona (al frente del cual permanecería hasta 1637).
Seguramente pretendió llevarse consigo a algún joven infante de coro de buena voz de la capilla musical oscense, razón por la cual fue castigado y salió de Huesca cesado y despedido.
Sin embargo para cuando el cabildo de Huesca le depidió parece que Vargas ya se había acomodado en Pamplona.
Su paso por Pamplona supuso un cúmulo de problemas.
Su anterior profesor, Jalón, advertido de la prosperidad de su viejo alumno, pretendió cobrar lo que se le debía, entablándose un largo pleito (1630-1633).
A pesar de tan desagradables asuntos de cariz económico, no parece en cambio que hubiera existido un enfrentamiento «profesional» entre profesor y discípulo aventajado.
Pero la vida pamplonesa de Vargas todavía tuvo que afrontar una segunda etapa de pleitos: un problema con unos infantes habido en 1635 motivó su posterior cese como maestro de la catedral navarra, sufriendo entre tanto un encarcelamiento preventivo en la torre y cárcel episcopal.
Sucesivos juicios le llevaron a determinarse a salir del reino.
Se encaminó entonces a tierras aragonesas, apareciendo brevísimamente en el magisterio de la Colegial Mayor de Santa María de Calatayud.
De allí pasó, también fugazmente por Daroca (en un tiempo en que el célebre músico ciego Pablo Bruna ocupaba el banquillo de órgano).
Al poco, y ante una oferta mejor, regresó nuevamente a Calatayud.
Después de Calatayud, quizá pasó a la catedral de Burgo de Osma (Soria) como organista, pues allí se le cita en una misa de pastorela.
Ya en 1645, Urbán de Vargas aparece como maestro de capilla en El Pilar de Zaragoza.
En 1651 opositó al magisterio de la catedral de Burgos, que obtuvo, siendo nombrado con la canonjía que le era anexa.
En Burgos, no dejó de relacionarse con Zaragoza.
Las actas capitulares burgalesas señalan la renuncia al cargo en marzo de 1653, para regresar otra vez a Zaragoza, donde se le ofrecía mejor salario.
Sin embargo, nuevamente, a los pocos meses de que Vargas hubiera vuelto al magisterio en El Pilar, fue nombrado maestro en la catedral metropolitana de Valencia.
Allí, Vargas pudo haber tenido por alumnos al más tarde gran organista -y polifonista- Joan Cabanilles, así como, muy probablemente, a Luis Vicente Gargallo.
Falleció en Valencia el 8 de octubre de 1656, sin testar, siendo enterrado en la misma iglesia.
La producción musical de Vargas (que se conserva manuscrita, fundamentalmente en Zaragoza y Valencia) supera las doscientas composiciones y reúne obras tanto litúrgicas, como paralitúrgicas –en romance– (entre las que destacan sus abundantes villancicos), así como algunas pocas piezas profanas.
La obra de mayor predicamento de Vargas es, el Símbolo de San Atanasio «Quicumque«, conservado en Zaragoza (existen tres copias en Huesca, Teruel y Valencia), donde Vargas realiza la música para que simbolice lo significado por la letra, el símbolo de la fe católica -el credo-, según texto atribuído a San Atanasio.
El conjunto de sus obras ofrece múltiples datos sobre lo que podía ser el repertorio típico de un maestro de capilla a mediados del siglo XVII.
Obviamente, su obra conservada no supone “toda” su producción, sino que gran parte la habremos de dar por desaparecida o perdida. Y sin embargo, las obras que nos han llegado suponen un número bastante elevado en comparación con las producciones conservadas de otros compositores de la misma época.
En un tiempo en el que la policoralidad había logrado gran éxito, Vargas destaca como uno de los compositores españoles del siglo XVII que llegaron a escribir a mayor número de voces, dieciséis.
Sus villancicos polifónicos (de una escritura caracterizada por cierto genio y espontaneidad, y en los que incorpora a menudo temas populares –romances, seguidillas, jácaras…–, la mayoría policorales, son de hasta 16 voces en cinco coros, con bajo continuo de arpa, clave (“clavicordio”), claviórgano u órgano, y algunos con acompañamiento instrumental (corneta, bajoncillos, bajón, chirimía, sacabuche, archilaúd…).
Además de varias antífonas marianas (varias Salves) y salmos (sobre todo, Misereres y piezas para el Oficio de las Horas –especialmente para Nona y Completas–), Vargas compuso también cántica, motetes, lamentaciones, responsorios, etc.
Trabajó también un mínimo de dieciséis misas, que han sobrevivido.
Las presentes grabaciones proceden de fuentes documentales manuscritas del Archivo de Música de la Catedral de Zaragoza«. – (Antonio Ezquerro Esteban, CSIC).
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A la fiesta más solemne – Urbán de Vargas (1606 – 1656)
INTÉRPRETES: NOVA LUX ENSEMBLE (Director: Josep Cabré)
– Ivette González, Abenauara Graffigna, Rocío de Frutos (sopranos)
– Beatriz Aguirre (mezzo-soprano)
– Sergi Moreno-Lasalle (alto)
– Jorge Juan Morata, Víctor Sordo (tenores)
– Xosé Antonio Hoyos, Elier Muñoz (bajos)
– Lluís Coll (corneta)
– Joaquim Guerra (chirimía)
– Xavier Banegas (sacabuche)
– Maria Crisol (bajón)
– Manuel Vilas (arpa)
– Alfonso Sebastián (órgano)
Imágenes: Catedral de Santa María la Real (Pamplona)
LETRA: (Villancico al Santísimo, «Gallego» a 6)
A la fiesta más solemne,
de cuantas celebra el suelo,
desde aquella antigua cena,
donde hubo tantos misterios.Con perdón de sus mercedes,
entró un gracioso gallego,
con más hambre de pan blanco,
que gana del sacramento.Y en la lengua de su tierra,
con lo que mira suspenso,
para festejar la fiesta,
alegre cantó estos versos:Eu la verdad, la verdad non vos nego
(Yo la verdad, la verdad no os niego)eu vi a Deus, en as maos de o crego.
(yo vi a Dios en las manos del clérigo)¡Ai! en suas maos, d’aquello creriguiño,
(¡Ay! en sus manos, de aquel clerigo,)eu comí a Deus, en un bocadiño.
(yo comí a Dios en un bocadito.)Eu la verdad, la verdad non vos nego
(Yo la verdad, la verdad no os niego)eu vi a Deus, en as maos de o crego.
(yo vi a Dios en las manos del clérigo)¡Ai! o miño pay, miño pay garrido,
(¡Ay! mi padre, mi padre garrido,)Eu la verdad, la verdad non vos nego
(Yo la verdad, la verdad no os niego)eu vi a Deus, en as maos de o crego.
(yo vi a Dios en las manos del clérigo)
El villancico ‘gallego’ «A la fiesta más solemne» cuenta con un doble acompañamiento, en donde se prescribe específicamente la participación del arpa.
Se organiza en torno a una entrada a tres voces (para dos tiples y tenor), en donde se introduce en clave de chanza -jocosa y con cierta ingenuidad-, la acción que dasarrollará luego un «gracioso gallego, con más hambre de pan blanco que gana del sacramento» (un pobre aldeano de Galicia llegado a la ciudad), quien cantará alegre «en la lengua de su tierra» y en una cándida doble lectura que suscita la sonrisa unos versos «para festejar la fiesta» del convite o banquete eucarístico.
Le sigue un responsión a 6 voces (que abre el tiple primero del primer coro a solo -el rústico gallego-, a quien responde el resto) y un juego de tres coplas, asimismo escrital para 6 voces, distribuídas en dos coros.
Todo ello se engarza mediante un entramado argumental y un vocabulario sencillísimos, pero plenamente barrocos, que parecen sugerir una pequeña y rudimentaria teatralización o puesta en escena, a manera de cuentos infantiles. Seguramente, estos recursos empleados por el compositor -funcional transmisor de la ideología sugerida por sus superiores eclesiásticos- se encaminaban a producir un eficaz efecto catequizador entre el pueblo.
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Viva la Bizarría – Urbán de Vargas (1606 – 1656)
Intérpretes: NOVA LUX ENSEMBLE de la Coral de Cámara de Pamplona (Director. Josep Cabré)
LETRA: (Villancico al Nacimiento, a 4)
¡Viva, viva, la bizarría!
¡Vívame la flor mejor,
que vívame la flor mejor!
¡Ay! que vívame la flor,
la flor de la valentía.El valiente de ventaja,
que raja, que hiende,
que con una faja prende,
que una paja le defiende,
y vence con osadía;
que el mundo se las entiende,
que hiende, que raja,
que prende con una faja,
que le defiende una paja,
del hielo que desafía
¡ay! que vívame de la valentía,
con el hijo de María.
Nacen al valor las leyes,
pues hacen ver a tres reyes
estrellas a mediodía.
¡Ay! que vívame la flor,
la flor de la valentía.Oigan los valientes todos
que en la palestra exhiben
al hielo un desnudo niño
y arrojan flechas sus niñas.Embisten con gran denuedo,
la escarcha y hielo a porfía,
a la desnudez humana,
a quien tanto sol abriga.Rayos despide que a Oriente
con vivo fuego encamina
y quien más en él se abrasa,
más su valor acredita.En su flor que tema el orbe,
ya tres reyes se le humillan,
que aunque desnudo, se ha armado
en la celeste armería.Viva, viva…
A un tirano y a su corte,
turba sola la noticia,
que ha nacido un vengador,
de todas las tiranías.No es más su decir que hacer,
y así no es gran maravilla,
que rinda riqueza tanta,
pobreza tan en mantilla.Oriente le ofrece dones,
tesoros le rinden Indias,
y en coros su triunfo alternan,
las celestes jerarquías.En el cielo y en el aire,
cuando más se soleniza,
es una la luminaria
y muchas las alegrías.Viva, viva…
El villancico de Navidad «Viva la bizarría» se organiza en torno a un «a 4» con función de estribillo y acompañamiento de arpa, con una estructura básicamente homófona y plena, en donde, mediante recursos sencillos, se juega con la rapidez del tempo y el dinamismo ternario, así como la variedad aportada por el colorido rítmico de las síncopas, los ay-ay-ay, exclamaciones y vítores a tutti (¡viva,viva!) y un vocabulario cuasi de germanía (los bajos fondos sociales), según el cual se ve a Cristo como un bizarro «valiente de ventaja» (matasiete, espadachín o valentón), que ya desde su nacimiento en la pajas del portal «raja, hiende, prende», desafía al frío y al hielo, sin por ello desprovechar una breve nota de humor, según la cual los tres reyes magos verán «estrellas a mediodía».
Estos recursos, en los que destaca el lenguaje empleado, transmisor de una alegría desbordada, sugieren un ambiente típicamente contra-reformista español.
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