Música barroca en las estancias cordobesas
Los últimos en llegar a la Iglesia de la Compañía de Jesús buscaban sin éxito un lugar donde sentarse. Imposible!!!. La antigua casa jesuítica estaba colmada de público.
Gente en los bancos, gente de pie en los pasillos, gente sentada en el piso frente a un imaginario proscenio del escenario que se improvisó delante del altar para aquella ocasión; gente afuera, que podía seguir el concierto por las pantallas y los parlantes instalados en el exterior.
El centro del escenario estaba ubicado, varios metros más abajo, por supuesto, justo debajo del centro de la cúpula del templo. Sobre ese eje invisible estaba parada la cantante Marianne Beate Kielland.
Su voz podía ser el punto de contacto de aquella simetría de espacios y tiempos. De piso y techo. De una música sacra pretérita (de Bach o Vivaldi) y la realidad presente de ese público atento, que la escuchaba el último miércoles.
Esta situación se repite cada año -con otros cantantes, con otras músicas antiguas- en el concierto de apertura del Festival Internacional de Música Barroca Camino de las Estancias, que se realiza en esta ciudad.
El último miércoles comenzó la XI edición de este encuentro musical gratuito, que suele ofrecer entre nueve y once conciertos en viejas estancias jesuíticas de la capital cordobesa y de otras localidades de la provincia.
Los tesoros arquitectónicos se juntan con los musicales. Para la apertura de este año, los encargados de la inauguración fueron la orquesta Barroca del Suquía, habitual anfitriona del festival, y los solistas Diego Nadra (oboe), Marianne Beate Kielland (canto) y Manfredo Kraemer (violín) que es, además, director concertino de la orquesta del Suquía y director artístico del festival.
Como cada año, la iglesia estaba llena. Es cierto que la gratuidad de la propuesta puede ayudar a aumentar la convocatoria.
También es cierto que no es un factor determinante (nadie va a lugares que no le gustan sólo porque son gratuitos). Es evidente que la verdadera convocante es la música barroca y un espacio que fue edificado en los tiempos en los que aquella música fue compuesta.
La convocatoria de la noruega Beate Kielland fue un gran acierto de los productores artísticos para la apertura del festival.
Después del primer concierto, en la sobremesa de la cena de los músicos, Kraemer contaba a LA NACION que les costó bastante encontrar los mecanismos para que el festival se convirtiera en lo que es actualmente, con su lugar dentro del calendario cultural cordobés.
Más allá de sus palabras, y de los avatares para llegar hasta acá, su presente artístico y su proyección a futuro gozan de buena salud.
Marianne, Manfredo, Diego y la Barroca se metieron en los contrapuntos bachianos que cobijan textos con una extraña mezcla de canto alegre y temor de Dios.
Aunque todavía es temprano para sacar conclusiones, seguramente las versiones de la cantata BWV 170 (el recitativo «El mundo, casa del pecado» y el aria «Cómo me afligen los corazones pervertidos») que se escucharon en la voz Marianne quedarán como dos momentos verdaderamente memorables de esta edición del Festival.
También se destacaron algunos dúos instrumentales.
Luego de una versión sólo correcta de la cantata BWV 21 para oboe y orquesta, Kraemer y Nadra se internaron en los delicados contratemas del adagio del Doble concierto para oboe y violín para entregar una magnífica versión, que luego terminó coronada con el allegro del tercer movimiento.
Sin duda hay una resignificación que tanto los músicos como el público hacen de estas obras.
El músico toca desde su realidad y, puntualmente en el caso de estas obras sacras, el público (creyente o no) las escucha y las asimila como obras más artísticas y espirituales que teológicas o religiosas ya que su mensaje está lejos de los mensajes posconciliares del último medio siglo. (El Gaudium et spes comenzó a escribirse hace 50 años.)
La solemnidad queda de lado cuando las breves explicaciones verbales son simples y amenas y la audiencia encuentra como buen asiento el piso de la Compañía de Jesús.
Algo similar a ese concierto de apertura sucedió al día siguiente, pero a dos cuadras de ahí, en el Convento de las Teresas. Una vez que la capacidad de templo estaba colmada muchos tuvieron que conformarse con las sillas plásticas, la pantalla y los parlantes ubicados en un patio contiguo.
El concierto que dieron Rosa Domínguez (canto) y Dolores Costoyas (tiorba) fue dedicado a obras del barroco temprano italiano y tuvo momentos realmente sobresalientes, sobre todo durante el último tramo de la segunda parte, con piezas de Johann Hieronymus Kapsberger (1580 – 1651) y para canto de Sigismondo d’India (1582 -1629) y Benedetto Ferrari (1603-1681).
La emotiva interpretación justificó los extendidos aplausos del público, luego de escuchar los tres últimos títulos del programa.
Y se podría decir que eso es resultado de un largo trabajo. Se trata de dos músicas con un profundísimo conocimiento de los materiales musicales que manejan. Además, son capaces de darle una mirada personal a un programa como éste.
Quizá vienen trabajando juntas desde hace tiempo. Y si no es así debería seguir esa sociedad musical porque consiguen una muy buena química. Se trata de otro lujo de este festival que recién está comenzando y que todavía tiene mucho por delante.
Hoy habrá barroco latinoamericano en el paraje La Candelaria; mañana, el Stabat Mater de Pergolesi en la Estancia Jesuítica Santa Catalina; y para la semana hay una comedia madrigalesca de Adriano Bancheri, un concierto para órgano a cargo de Cristina García Banegas y un homenaje a Francesco Saverio Geminiani, entre otros conciertos programados
Fuente: LaNacion.com
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