Uno de los guitarristas más originales del XVII… hablamos de Angelo Michele Bartolotti
Podríamos imaginar la existencia de Angelo Michele Bartolotti, como la de otros muchos virtuosos itinerantes de su tiempo: nos ha dejado un pequeño y precioso legado y casi nada sabemos de su vida.
Sólo nos queda de este músico extremadamente refinado, nacido en Bolonia hacia 1615, dos libros para guitarra, algunas piezas manuscritas para tiorba y guitarra, y un breve tratado de bajo continuo publicado en Francia en 1669.
La música de Bartolotti es de la más alta calidad y de un singular virtuosismo.
Él mismo declara en la introducción a su “Segundo libro”, que habiendo sido su estilo “criticado por difícil”, desea dejar constancia de que su música “no es para principiantes sino más bien para aquellos adentrados en esta profesión”.
Tan reveladora declaración se refleja tanto en sus pasacalles introductorios como en sus preludios y danzas, sin duda no destinadas a acompañar el baile, sino a expresar un pensamiento mucho más profundo y abstracto, muy por encima del movimiento rítmico y lúdico, propio de lo puramente coreográfico.
La propuesta de Bartolotti marca un hito en la música para guitarra de la primera mitad del siglo XVII.
Su obra anuncia, con un lenguaje más transparente que el de Corbetta, un estilo perceptible casi medio siglo más tarde en otros “grandes” como Robert De Visée o Francisco Guerau.
En especial en las texturas a dos o tres voces y el uso del contrapunto que hará éste último en sus pasacalles, recursos ya empleados por Bartolotti, por ejemplo, en el Preludio en re menor.
Sorprende además el celo y la minuciosidad con que Bartolotti nos presenta su música a través de sutilezas rítmicas, la posición de los acordes, el tipo de rasgueo o digitación, los adornos y ligaduras, la libertad para determinados arpegios, la riqueza melódica y armónica…
Pero hay algo superior aún: en una época en que predominaban las ediciones “de rasgueado” para principiantes, Bartolotti presenta una escritura en la que todo canta, siendo cada nota la perla de una historia, de una idea.
Y su estilo marca así una nueva concepción técnica y estética.
El contenido de sus libros para guitarra es particularmente variado, y la luminosa retórica de su música va más allá de los propios procedimientos instrumentales.
Hallamos similitudes -sobre todo en la polifonía y el contrapunto de sus magníficos preludios- con el lenguaje que desarrollarán en sus obras para el teclado Louis Couperin, Froberger o Pachelbel, sin olvidar las tocatas de su contemporáneo Frescobaldi.
Como bien observa Claude Chauvel, sin duda fue también decisiva para el desarrollo de su nueva orientación, su participación como tiorbista en la Corte de Suecia (1652- 53), donde tuvo la oportunidad de familiarizarse con el estilo francés.
Así, su primer libro de guitarra (Florencia, 1640) es típicamente italiano, con una fuerte alternancia de rasgueado y punteado, mientras que en el segundo (Roma, ca. 1655) se percibe ya la influencia francesa y un grado más alto de sofisticación.
Es de destacar la dedicatoria de este segundo libro a la reina Cristina de Suecia, que habiendo renunciado a su trono, se trasladó en este período a Roma.
Quisiera subrayar la importancia de esta dedicatoria, ya que entre una larga serie de aspectos que la consagran como una de las artífices de la Europa moderna (como lo recuerda Daniela Pizzagalli en su libro “La Regina di Roma”), en ella sobresale su empeño cultural, que la llevó a promover la difusión de las más significativas obras literarias y científicas, y a la protección de artistas y estudiosos.
Descartes, de su dialogo franco con ella, deducía que tenía tantas cualidades favorables, que la de ser Reina parecía una de las menores.
Se dibujaba en este período el objetivo de una civilización europea sin fronteras, una “République des lettres” basada en la paz y el progreso, y es en este contexto cultural europeo en el que Bartolotti ocupaba un lugar a la altura de sus más ilustres colegas, como los laudistas Piccinini, Gaultier, o el guitarrista Foscarini.
Tras prestar servicio en la Corte de Suecia, Bartolotti probablemente regresó a Italia, deteniéndose un período en Innsbruck para ejercer como músico del archiduque Ferdinand Karl (1655-56).
Más tarde se trasladará a Francia, donde en 1662 participaría en la interpretación de “Hercole Amante” de Cavalli, compuesta para la boda de Luis XIV con la infanta María Teresa.
En estos años también lo vemos figurar -como guitarrista o tiorbista en la lista de virtuosos italianos de la corte del Rey Sol.
Se dijo de él que era “sin duda el mejor tiorbista que hubiera en Francia e Italia”.
Sería en este país donde acaso pasaría el resto de sus días, hasta su muerte, en fecha que no conocemos, después de 1669.
Resulta curioso y revelador cómo en el prólogo de su primer libro, el propio Bartolotti ensalza las virtudes de la guitarra “si bien -reconoce- no es instrumento de los más sublimes”, citando la historia de “aquel Príncipe de las Musas que no se avergonzó de enamorar a las selvas con el sonido de su humilde flauta de pan”.
Es, sin duda, la de este apasionado príncipe, la legítima intención compartida de Bartolotti, músico “humilde”, pero virtuoso y clarividente, que se revela así como uno de los guitarristas más originales e interesantes de su tiempo.
Rafael Bonavita
Grande muy grande bartolottiq…dentro de los grandes…