Entre humores y afectos del barroco
Con un brillante concierto de La Barroca del Suquía, culminó el domingo en la iglesia de la estancia jesuítica de Jesús María la 11ª edición del Festival de Música Barroca “Camino de las estancias”.
A 50 kilómetros al norte de Córdoba capital, sobre la huella de lo que alguna vez fue el Camino Real, se cumplió la última etapa de un recorrido que en once conciertos pasó por claustros, iglesias y capillas que tienen que ver con la herencia jesuítica de la provincia.
Una vez más, la música de los siglos XVI, XVII y XVIII, ejecutada con conceptos historicistas, logró convocar una cantidad importante de público –los organizadores hablaban de más de 6000 personas en las once jornadas– y, sobre todo, fue capaz de conjugar los fulgores arquitectónicos y musicales de una época compleja y fascinante, cuando también en el Nuevo Mundo, entre formación y explotación, belleza y técnica, ocio y funcionalidad, realidad y apariencia, se discutían los principios que quedarían como sustento artístico de las sociedades modernas.
Conducida por Manfredo Kraemer, director artístico del festival, La Barroca del Suquía ofreció un programa intenso y atractivo, íntegramente dedicado a Francesco Saverio Geminiani, violinista virtuoso, tratadista curioso y uno de los compositores más originales de su época, tan discutido cuanto celebrado.
Alumno de Alessandro Scarlatti y de Arcangelo Corelli en Roma, Geminiani se destacó de sus maestros por la originalidad de una música en la que gracia melódica y solidez armónica remiten a lo más acabado de su tiempo, pero en la que sin embargo las simetrías no son descontadas y las elaboraciones rítmicas, además de anticipar mucho de lo que traerá el futuro, enarbolan un riquísimo muestrario de humores y afectos.
La de Geminiani es una música de gran erudición y desparpajo afectivo, que en su osadía barroca en muchos aspectos supera su época y en su despliegue encanta y pone a prueba tanto a intérpretes como a oyentes.
La idea de Kraemer sobre obras como el Concerto grosso I en Re mayor (adaptación del Op. 5 de Corelli) que inauguró el programa, el Concerto grosso II en Si bemol mayor o la suite sobre la música de escena que escribió para la pantomima de The inchanted forest, resultó precisa e implacable, y la ejecución de La Barroca del Suquía reflejó con soltura la dinámica afectiva de las numerosas articulaciones e inflexiones formales y expresivas.
Notable también la participación de la soprano María Goso en alguna de las arias en las que Geminiani se inspira en el material folklórico de Gran Bretaña. Con voz de delicado acabado mate y un uso mesurado del vibrato, la cantante sumó su encanto a la orquesta.
Creada en el marco del festival, pero con vida propia más allá de estas jornadas, La Barroca del Suquía no dejó dudas de que es una de las orquestas de interpretación historicista más importantes del país, sólida en todas sus filas, sobre todo en el bajo continuo y en las cuerdas. Allí quedó claro que no sólo su director, violinista afirmado a nivel internacional, sino también la mayoría de sus integrantes pueden asumir primeras partes con solvencia.
El prolongado aplauso del público que colmó la iglesia o que prefirió escuchar desde los jardines adyacentes, y que motivó dos bises, fue otra muestra del entusiasmo y el cariño del público hacia un festival y una orquesta que en gran medida siente propios.
La Barroca del Suquía puso así un broche de oro digno de una manifestación abierta y atractiva, única en su tipo.
Una reseña que casi dos semanas antes, el miércoles 24 de octubre, había dado inicio con un concierto también a cargo de La Barroca del Suquía.
La orquesta anfitriona del festival, con la dirección de Manfredo Kraemer y la participación de la mezzosoprano noruega Marianne Beate Kielland y el oboísta argentino radicado en Holanda Diego Nadra, había ofrecido un concierto con obras de Antonio Vivaldi y Johann Sebastian Bach en la iglesia de la Compañía de Jesús, en el epicentro de la huella jesuítica, en esa manzana del centro histórico de la ciudad de Córdoba que es también la capital simbólica de un festival que tras once ediciones está definitivamente arraigado en el calendario de la música historicista del país y más allá.
El concierto de órgano en la iglesia Del Carmen, a cargo de la uruguaya Cristina García Banegas; el programa con músicas de las misiones jesuíticas en América que el ensamble Ruscello ofreció en la estancia La Candelaria, en el departamento Cruz del Eje, al pie de las sierras grandes; o el intimista recital de vihuela y voz que Ariel Abramovich y Esteban Manzano brindaron sobre poesía en música del Siglo de Oro español, en el Museo Jesuítico de Alta Gracia, fueron otros momentos importantes de la variedad que ofreció un festival que crece y se consolida. Una muestra de lo que se puede hacer con continuidad y calidad.
Fuente: Santiago Giordano
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