Entrevista a Eduardo López Banzo
Eduardo López Banzo es uno de los directores europeos que con mayor convicción se han aproximado a la música antigua desde un punto de vista historicista.
Clavecinista de formación, este zaragozano emprendió una gran aventura a bordo de Al Ayre Español, grupo nacido a finales de los ochenta que recibió el Premio Nacional de Música en 2004 por la excelencia en la interpretación y su proyección internacional.
López Banzo ha dirigido multitud de orquestas en escenarios de varios continentes, los más prestigiosos del mundo.
En octubre de 2010, el clavecinista fue nombrado hijo predilecto de Zaragoza, con lo que puede presumir de ser profeta en la tierra que lo vio nacer.
El zaragozano abre este sábado en la Catedral de Zamora (22.00 horas) el programa «Domo Musical» con el programa «Cromatismos: falsas, inganni, durezze» al mando de su clavecín, instrumento de moda entre los siglos XV y XVIII. Las entradas están a la venta en el Museo Catedralicio.
-Regresa a la ciudad después de participar en el Pórtico de Zamora con un concierto de clavecín. Denos las claves para entender este instrumento.
-El organizador Alberto Martín me sugirió la posibilidad de participar en «Domo Musical» y pensé en un repertorio que tiene que ver con lo que siento por la ciudad de Zamora.
No me prodigo como concertista de clavecín, un instrumento minoritario que no está de moda. Hay, en todo caso, un público fiel e iniciado en un instrumento que se comenzó a tocar en el siglo XV y su vigencia llegó incluso hasta el XVIII.
Todavía compositores como Mozart, Haydn o Beethoven llegaron a tocar clavecines.
Con la aparición del piano dejó de cumplir una función, porque este instrumento pertenecía a una forma de entender la música que quedó sin validez con la aparición del romanticismo.
Hoy por hoy hemos descubierto que el mejor traductor para interpretar estas músicas es un instrumento de la época: un clavecín mejor que un piano.
Mientras éste percute las notas cuando tocas las teclas, el clavecín acaricia la cuerda como si fuera una guitarra.
Estuvo de moda en la época más importante del contrapunto y los grandes maestros lo emplearon.
-¿Cómo fue su primer encuentro con este instrumento?
-Lo curioso fue que yo no venía de una escucha inicial de la música clásica a través del piano.
Prefería Los Beattles y fue entonces cuando me encontré con el clavecín.
De la mano de un maestro del colegio, un día escuché este instrumento y me sedujo tanto que tuve la necesidad de aprender a tocarlo sin haber hecho una carrera previa de piano antes. Digamos que fue un amor a primera vista.
-Hablaba de la estética sonora, pero esta especie de piano también tiene una apariencia física peculiar…
-Es un instrumento cuya mecánica es suficientemente sencilla como para que no haga falta la enorme caja de resonancia de un piano. Es más relajado y tiene una estructura más pequeña.
En vuestra tierra es conocido a través del Pórtico de Zamora.
-¿Viaja con su clavecín a cuestas?
-En el concierto del sábado, el Festival nos proporciona uno, creo que procedente de Valladolid. En mi caso personal, tengo dos. Lo que ocurre en que cada época se utilizó un instrumento distinto.
Por ejemplo, para interpretar música del siglo XVI italiano apetece tocar un instrumento de aquel entonces, muy distinto de los franceses del XVIII.
-Supongo que ese es un aspecto clave para recuperar la música de otros siglos…
-Es primordial, la base de las personas que nos dedicamos a tocar instrumentos históricos.
Nos hemos convencido de que la única forma de hacer sonar esas melodías es utilizar las herramientas de aquella época.
-¿Qué le parece la Catedral, escenario del festival?
-En el Festival Pórtico de Zamora actué en San Ildefonso, un sitio maravilloso a orillas del Duero. Me fascinó el lugar, tan encantador, y de ahí el título del programa que voy a interpretar: «Cromatismos: falsas, inganni, durezze».
Recuerdo que una mañana me levanté temprano, estuve paseando por la ciudad y me parecieron tan hermosos los colores que percibí en la Catedral, las calles y el río que creí justo hacer un concierto que explorara las disonancias y los colores que aquellos compositores experimentaron en el sistema tonal para producir disonancias, extravagancias y sorpresas en el espectador.
-¿Está de moda la música antigua o solo es una percepción entusiasta de sus deudores?
-Estuvo de moda. El problema de hoy en día es si hay algo de moda ante la tremenda crisis que atraviesa la cultura.
En determinado momento, la gente descubrió que la obra de Juan Sebastian Bach, Haendel, Mozart o Beethoven sonaba muy distinto con instrumentos históricos y esto renovó el entusiasmo del público.
Se produjo un descubrimiento de nuevas formas de percibir la música del pasado.
Un fenómeno parecido a cuando se restauró la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, pasó de ser un pintor oscurantista a un artista lleno de color, vida y alegría.
-Es decir, que ustedes son «restauradores»…
-En cierto modo lo somos.
-Además de intérprete, fundó y ha dirigido con éxito el grupo Al Ayre Español que recibió el Premio Nacional de Música en 2004. ¿Cómo ha vivido esta aventura?
-El premio fue una sorpresa, no lo esperábamos.
Lo más destacable es que fue la primera vez que un trabajo de música antigua era distinguido en España.
Fue hermoso ser pionero en ello cuando esta disciplina todavía no había entrado en algunos auditorios de primera fila.
Convencer a la gente de que la música de época es mejor interpretada con estos instrumentos ha sido una labor y un esfuerzo de años.
-Han interpretado multitud de piezas de compositores diversos…
-Elegir música española fue una forma de abrir camino y tener una tarjeta de presentación en el extranjero.
El premio reconoció la excelencia del grupo en la interpretación, pero también por la labor internacional de recuperación del barroco español.
Esto nos dio un perfil para que nuestra música se extendiera por las grandes salas europeas, aunque con el tiempo hemos diversificado nuestro repertorio.
-¿Qué disco transmite una idea fiel de su grupo?
-Me siento muy orgulloso del disco «Memorias de Haendel», un trabajo precioso.
En cierto modo hemos puesto una pica en Flandes porque el disco ha sido saludado por la crítica por su carácter distinto.
No queremos que un concierto sea una repetición del anterior, sino que la frescura y la calidad de los intérpretes hagan que suceda algo nuevo cada vez.
-¿Qué opina de la propuesta de Alberto Martín?
-Alberto es una de las personas que conozco con más capacidad para imaginar cosas y poner en práctica nuevas ideas.
Le estoy muy agradecido y me parece una figura muy valiosa y competente.
No tengo una especial amistad con él, pero sí una clara afinidad en la forma de pensar. La ciudad vibra con su Festival Pórtico de Zamora.
-Ha interpretado y dirigido en los principales escenarios del mundo, ¿en cuál se siente más especial?
-El próximo escenario es el mejor, en este caso, Zamora.
Me viene a la cabeza una experiencia en el Auditorio Nacional, estaba en la puerta con dos sopranos y se sorprendieron del ruido que había entre el público.
Yo les dije que es normal, la gente en España vibra y nos está esperando con entusiasmo, como la plaza de toros al torero.
Sin embargo, cuando actúas en Viena, te preguntas si hay alguien vivo ahí fuera.
-¿Puede avanzarnos algunas de las piezas que interpreta en la Catedral de Zamora este sábado?
-Es un programa muy bonito y sentido de músicas «cromáticas», con disonancias.
Es un repaso a las obras más importantes que se escribieron antes de Bach relacionadas con los conflictos armónicos.
Acabo el concierto con una de las obras cumbres de la Historia de la música: «Fantasía cromática y fuga» de Bach.
Fuente: LaopiniondeZamora.es
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