Hubert Le Blanc y el ocaso de la viola da gamba en Francia
La viola da gamba tuvo su momento de apogeo en Francia en el siglo XVII, especialmente a lo largo del reinado de Luis XIV, el Rey Sol, gran amante y promotor de las artes escénicas y de la música.
De hecho, hay quien hace coincidir la fecha simbólica de la muerte del monarca, 1715, como el comienzo del declive de la popularidad del instrumento, mientras que, de mediados de siglo al comienzo de la Revolución en 1789, desaparecería por completo del panorama cultural francés.
El celo que dedicó Luis para convertir Versalles en un templo para las artes y las tendencias de moda, hizo que la corte fuese, durante su reinado, el único lugar de referencia en la música y la danza de toda Francia, en el que el propio rey marcaba personalmente el patrón del buen gusto.
La música escénica ejercía su protagonismo, especialmente a través del género de la comedia ballet en el que trabajaron juntos el músico Jean Baptiste Lully y el dramaturgo Moliere, pero también tuvo un peso importante la música de cámara, tanto en privado como en público, que contribuía a dar pompa y esplendor a la corte.
En este ámbito, la viola fue un instrumento querido y apreciado por la nobleza y los cortesanos.
La muerte del Rey Sol alteró este panorama.
Por una parte, el sucesor Luis XV trasladó su residencia a París -aunque volvería a instalarse en Versalles en 1722-, y con él la nobleza cortesana, de forma que la capital se erige como el nuevo faro cultural.
Por otro lado, se hace cada vez más patente en Francia el gusto por la música que llega de Italia, que pone de moda el uso de la familia del violín.
Estos dos factores conjugados hacen que la música se traslade de la exclusividad de las veladas artísticas de las casas nobiliarias, a los conciertos públicos que comienzan a celebrarse por toda la ciudad: los Concert Spirituel, que tenían lugar en fiestas de guardar, los Concerts Français, en los que sonaban divertimentos y cantatas francesas, y los Concerts Italiens, donde solamente era interpretada música italiana por músicos venidos de allí o por franceses que habían estado en Italia.
Este entorno público de las salas de conciertos demostró ser completamente inadecuado para la viola da gamba, que, aunque tiene una resonancia suficiente para ser escuchada en espacios amplios, se muestra totalmente ineficaz compitiendo con otros sonidos.
Los conciertos de aquella época distaban en sus formas de los de la actualidad, de forma que tenían más de actividad social que de experiencia de disfrute individual, y era la norma que los asistentes charlasen todo el rato, se moviesen por la sala e incluso jugasen a las cartas durante el evento.
A diferencia del estridente violín, la viola da gamba no podía hacerle frente a este ambiente ruidoso y alborotado.
La viola da gamba salió de los salones de las casas nobles y perdió la batalla en la calle frente a los instrumentos de la familia del violín llegada de Italia.
En este panorama, el abad Hubert Le Blanc publicó en 1740 su libro en defensa de la viola titulado Défense de la basse de viole contre les enterprises du violon et les prétentions du violoncelle. Aparte de clérigo, Le Blanc era doctor en derecho y músico, pues tocaba precisamente este instrumento.
En su obra deplora el declive de los intérpretes aficionados aristócratas que tocaba en los palacios con devoción y entrega, y la llegada de los recitales profesionales que llenaban las salas de conciertos.
Y, por encima de todo, defendió a la viola da gamba frente al violín.
La defensa de la viola de gamba contra las empresas del violín y las pretensiones del violonchelo está dividida en tres partes.
En la primera, Hubert Le Blanc asocia las pièces de música francesa con la viola de gamba, y con la forma de tocar de grandes figuras como Marin Marais y Antoine Forqueray.
Utiliza con frecuencia los elementos mitológicos y alegóricos en el texto, como cuando compara a Marais con un Ayax que “hizo frente a la carnicería llevada a cabo contra Francia por los romanos, los venecianos, los florentinos y los napolitanos en conciertos privados”.
A su juicio, la Inteligencia Divina repartió la armonía entre las naciones, asignando el violín a los italianos, la flauta a los alemanes, el clavicordio a los ingleses y la viola da gamba a los franceses.
Por tanto, Leblanc asocia el violín con el gusto italiano y con el formato de la sonata.
La segunda parte relata un diálogo alegórico entre el sultán violín, “un aborto y un pigmeo”, y la viola.
El encuentro tiene lugar antes de un concierto en los Jardines de las Tullerías, y en él se ponen en evidencia las virtudes de cada instrumento.
Hubert dice que el violín “no podía competir con la viola en la delicadeza de su conmovedor sonido o su armonía”, que quedan patentes en las distancias cortas, así que usa la estrategia de llevar el recital a una gran sala, donde “habría muchos efectos que serían tan perjudiciales para la viola como favorables para el violín”.
En la última parte, Hubert Le Blanc plantea la salvación de la caída de la viola de gamba a través de interpretar música para el violín en el instrumento.
De esta forma, a viola se beneficiaría de la creciente popularidad del violín, consiguiendo no caer en el olvido.
La abundancia de detalles técnicos sobre la interpretación de los distintos instrumentos es lo que ha llevado a pensar que el autor era un músico muy experimentado y hábil.
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